Hace 20 años, César Garzón era uno de tantos recién graduados que buscaba darle un sentido a su carrera. En ese momento, el flamante biólogo se vinculó a un proyecto de conservación del perico de El Oro (Pyrrhura orcesi), en la Reserva Buenaventura.
Nunca se imaginó que un ave endémica ecuatoriana de poco más de 20 centímetros de largo iba a marcar su trabajo como investigador. Garzón es curador de ornitología del Instituto Nacional de Biodiversidad (Inabio).
Hace una semana, junto con otros tres investigadores, publicó un artículo científico en la revista especializada Biota Colombiana, en el que revelan que la colección de aves del Inabio cuenta con 9 874 especímenes.
En la planta alta del Inabio se encuentra una gran bóveda donde reposa gran parte del pasado animal del país. En el caso de las aves, allí están los ejemplares recolectados en todas las provincias, desde 1978, cuando se creó esta colección ornitológica.
Por casi 14 años, Garzón ha abierto cada uno de los compartimentos donde se conservan los cuerpos de estas aves.
Para él, tenerlas bajo resguardo es un verdadero desafío. No solo se trata de saber que están ahí disponibles para la comunidad científica, sino que deben constantemente levantar información sobre estas. Así pueden apreciar los colores, formas y demás de una fauna que, muchas de las veces, habita escondida en zonas muy profundas del bosque.
“Algunas de las aves que están aquí tal vez sean de los últimos registros para conocerlas físicamente”, enfatiza el ornitólogo.
Él es un acérrimo creyente de que las técnicas modernas, como la secuenciación genética, deben estar acompañadas de especímenes físicos, porque hay ecosistemas altamente amenazados en el país donde fácilmente podrían desaparecer las aves.
Garzón pertenece a la generación que ha sido testigo de un cambio en la relación con las aves en el Ecuador. Hasta la década de 1990, cuenta, el estudio de estos animales era una cuestión de un reducido grupo de investigadores.
Pero en el siglo XXI y una colaboración entre centros en Ecuador, Dinamarca y Estados Unidos empezaron a cambiar la panorámica.En 2001 apareció la primera guía ilustrada de aves del Ecuador, traducida al español en 2006.
Garzón fue uno de los testigos de cómo este texto significó un cambio en la relación entre la academia y la sociedad civil. “Fue a partir de entonces que el avistamiento de aves empezó a crecer en el país”, dice el experto.
Para la época en que salió el libro, él se encontraba trabajando en su primer proyecto en El Oro.
La Pyrrhura orcesi era un ave casi desconocida, por lo que su misión era recolectar datos sobre su ecología, biología reproductiva y estado de conservación.
Al terminar el proyecto se cuestionó sobre cómo hacer que un proyecto en una zona muy específica se transforme en una iniciativa más regional.
Así fue como se lanzó a estudiar más la situación de este perico en el suroccidente del país, como un pretexto para atraer la atención de autoridades locales en torno a la conservación de los ecosistemas. “El periquito está en zonas muy importantes para fuentes hídricas como servicio ambiental”, dice.
En otras palabras, al demostrar que esta ave y otras especies habitan en territorios donde está resguardada el agua que llegará a las ciudades, él logró asegurar estrategias de conservación para estos sitios. Uno de los resultados de estos años de investigación es una propuesta para la creación de áreas naturales y el diseño de un corredor ecológico en El Oro.
En esta publicación, de 401 páginas, él y una veintena de investigadores proponen un modelo de trabajo para que se puedan implementar acciones que cuiden la naturaleza. La provincia tiene el 30% de su cobertura vegetal original.