Ventas se reactivan por el regreso a clases en la Capital.

martes, Sep 06

Suena el timbre y los estudiantes corren presurosos para la inauguración del año lectivo. Este será presencial, luego de tener clases virtuales por casi dos años a causa de la pandemia.

Doña Blanca y Kevin están en dos puntos diferentes de la ciudad, pero comparten un sentimiento: esperanza. Su trabajo es vender golosinas afuera de dos conocidos colegios de la capital. Luego de la crisis sanitaria esperan recuperar su ya golpeada economía.

Quito es la ciudad con el índice más alto de desempleo subempleo. El primero alcanzó una tasa de 12,5%, mientras que el otro fue del 20,1%, según cifras del segundo trimestre de este año del Instituto Ecuatoriano de Estadística y Censos. Un estudio del grupo FARO señala que en 2020 se registraron 3 174 comerciantes autónomos que contaban con un permiso de trabajo.

Sin embargo, se estima que más de 190 000 se encuentran laborando de manera informal. La normativa metropolitana establece una multa del 50% de un Salario Básico Unificado a los vendedores que hagan esa actividad en el espacio público de la capital.

No es lo mismo que antes, pero algo sale para vivir’ 

Yo tenía mi trabajo fijo, pero hicieron recorte de personal y me despidieron. Con unos ahorros que tenía le pedí a mi papá que me ayudara para ponerme a vender aquí afuera del Colegio Montúfar. Él ya tiene toda la vida trabajando aquí.

Más de 63 años, porque empezó vendiendo cuando era niño. Ahora yo tengo mi pequeño puesto aquí frente a él.
Normalmente vengo a las 06:00 con mi papá. Como ya la edad pesa un poquito, conseguí que un
amigo nos traiga en la camioneta con las cosas.

Vivimos cerca del Colegio Montúfar, pero de todas maneras hacer fuerza para traer los coches, las tablas y la carpa es mucho. Preferible subimos así para alcanzar a vender a los chicos que entran en la jornada de la mañana.

Mi papá se va a la casa y vuelve al mediodía para la salida de los estudiantes. Tiene que descansar porque a veces le duele la columna.

La pandemia nos golpeó bien fuerte. Por suerte tenemos la casita propia, pero los gastos de comida, servicios y medicinas seguían ahí. Ahora ya solo vivimos los tres: mis papis y yo.

El año anterior sí pudimos volver unos pocos meses. Los jóvenes ya le conocen a él y los papás que han estudiado aquí también. Yo llevo más de cinco años vendiendo en el mismo lugar.

Siempre traemos golosinas variadas; sin embargo, hay cosas que no cambian con el tiempo. Desde la experiencia de mi papá sé que no pueden faltar las aguas y los chicles. En eso queda USD 0,05 o USD 0,10. Es duro tener un puesto así, pero al menos es una alternativa para vivir. A la final estoy todo el día, llueva o haga sol, sin moverme.

En la tarde es cuando se vende más. Los más grandes salen y los chicos entran. Sí, son centavitos en cada cosa; ya el rato de sumar, con esto alcanza para pagar cualquier cosita.

Se trata de sobrevivir nomás. No pretendemos riquezas ni mucho menos. Solo vivir y tener el pancito en la mesa, como nos dieron nuestros padres con el mismo trabajo. Yo estudié Administración de Empresas y en la cuarentena trabajé dando clases de matemáticasfísica y haciendo ejercicios para estudiantes.

Así es la vida. Hay que buscar la forma de tener para comer, todos los días. En una jornada normal y con buena venta gano unos USD 20 hasta USD 25. No es mucho, alcanza y, más que todo, ya estamos resignados. Antes de la pandemia sí nos iba mejor. En un día bueno nos quedaban más de USD 30.

Ahora la gente hasta tiene recelo de comprar y ahí se complica.

La Unidad Educativa Juan Pío Montúfar alberga a alrededor de 4 500 estudiantes de primero de básica a tercero de bachillerato. El plantel tiene dos jornadas de estudio: matutina y vespertina.  

Desde 2019, las escuelas República de Argentina y de Brasil se fusionaron y operan en conjunto.

‘Aunque se ganan centavitos, se va reuniendo la plata’

Yo trabajo aquí afuera del Manuela Cañizares más de 17 años. He visto a varias generaciones de estudiantes.   
El viernes, en la inauguración, una señorita se acercó y me preguntó si era yo la que atendía hace años. Me quedé asombrada porque no sabía de qué se trataba.  

De repente me dice que ella estudiaba aquí y me hacía el gasto para las colaciones. Ahora traía a su hija al primer día de clases. Esas alegrías también me deja el trabajo aquí, a pesar de lo difícil que es a veces.  

Con mi esposo hemos sacado adelante a nuestros cinco hijos. Ahora solo dos viven con nosotros y mi hija de 25 años es quien me ayuda con las ventas.  

Llegamos antesito de las 06:00, para tener todo listo a la hora de la entrada de los jóvenes. Nos quedamos durante el día, aunque es muerto en esta calle, la Leonidas Plaza. Ya después de lo que salen los de la tarde, nos vamos.  

Son casi 13 horas de trabajo para reunir unos USD 15 o máximo USD 20 de ganancia. De poco en poco toca reunir para comida, arriendo y pasajes.  

En las mañanas venimos desde San Diego. Las cositas dejamos encargando aquí cerca, en un parqueadero de La Mariscal. Llevar y traer todo es imposible, porque las fuerzas ya no son las mismas.  

Con mi hija trabajamos porque en las horas de entrada y salida hay bastante movimiento. Para el mediodía, ella va a retirar a mi nieto de la escuela y le manda a la casa con mi esposo. Él recorre el sector con la venta de accesorios de celulares. Pero cuando sale el guagua, se van juntitos a la casa a almorzar y se quedan ahí. Nosotras, en cambio, compramos comida y compartimos aquí sentadas.  

Siempre traigo mi cobija porque el frío es demasiado en las tardes. Ya que viene el invierno, estamos listas con un plástico grande para extender y cubrirnos. Ya estamos acostumbradas.  

Antes de la pandemia nos iba bien con las ventas. Aunque se ganan centavitos en las golosinas, se va reuniendo y se da la vuelta la plata.

Cuando no había clases, nos tocó duro. Pero no nos quedamos con las manos cruzadas. Salimos a vender mascarillas en la calle y con eso salía para la comida.  

Por el arriendo de la casa pago USD 130, pero en esos meses sí nos esperaron. Lo que no espera es la barriga y cualquier cosa toca hacer para tener qué comer.  

Yo sí tengo el permiso del Municipio, que es de 1,20 por 1,50 metros cuadrados. Pero cuando traemos más cositas en el coche y están ocupando más espacio en la vereda, sí nos molestan.

El Colegio Manuela Cañizares entró en funcionamiento con ese nombre en 1910. Antes de eso se lo conoció como Normal de Señoritas, fundado por Eloy Alfaro.  

La institución compartió sus instalaciones con el Colegio María Angélica Idrobo durante 38 años. Hace 10 años fueron separados.